septiembre 16, 2010

Devocional del 16 de Septiembre


Mateo 8:5-13, Lucas 7:1-10

“Los centuriones eran la espina dorsal del ejército romano. Cada legión romana constaba de 6000 hombres divididos en sesenta centurias de cien hombres cada una. Al frente de cada centuria se encontraba un centurión. Ellos eran verdaderos soldados profesionales, veteranos y responsables de la disciplina del ejército. Tanto en la guerra como en la paz la moral del ejército dependía de ellos.”

¿Qué diferencia encontramos entre el relato de Mateo y de Lucas?
La diferencia está en el estilo literario, porque Mateo va al grano utilizando un estilo directo diciendo que el centurión vino a Jesús personalmente y le rogó que sane a su criado, en cambio, Lucas, siendo más preciso y detallista nos relata que envió a unos ancianos de los judíos, es decir, los dirigentes de la comunidad para que intercedieran por él ante Jesús.

Jesús no quería involucrarse con los gentiles en la primera parte de su ministerio y no solo esto, sino cuando dio instrucciones a sus doce discípulos cuando los envió a predicar de dos en dos les dijo explícitamente “Por camino de gentiles no vayáis, y en ciudad de samaritanos no entréis, sino id antes a las ovejas perdidas de la casa de Israel.” (Mateo 10:5) Vez tras vez se negó a orientar su ministerio en esa dirección, y en esta ocasión tampoco sería la excepción, y por lo mismo tuvieron que rogarle para que los atendiera. ¿Por qué procedía de esta manera? Por un principio misionológico que no hace mucho fue descubierto: Si queremos ser efectivos en la evangelización, debemos concentrarnos en un pueblo o una cultura por vez. Jesús no quería dar la ocasión para que esta puerta la cerraran. Recién cuando completó su misión con su pueblo, envió a sus discípulos al mundo.

Cuando el centurión oyó acerca de Jesucristo, tanto sobre su enseñanza como de sus milagros, pensó inmediatamente que Jesús estaba bajo una autoridad superior. Una autoridad que le había delegado ciertos poderes que él podía ejercer sobre la gente, sobre las enfermedades y sobre los demonios. El centurión lo comparó consigo mismo. Él fue nombrado por un poder superior como jefe de cien hombres y ejercía autoridad sobre sus soldados y ellos le obedecían. Así que si Jesús tenía autoridad, debía hacer lo mismo que él, ordenar y la orden debía ser cumplida, así de simple.

Al decir que no era digno que Jesús entrara en su casa, estaba expresando dos cosas: Primero: reconocía su lugar inferior en la cultura judía, porque sabía que ningún judío piadoso entraría en la casa de un gentil sin contaminarse. El no quería que, por hacerle un favor, Jesús quedara “impuro” de acuerdo a las leyes ceremoniales. Por eso también mantuvo distancia enviando emisarios. Segundo: el centurión estaba colocando a Jesús como la autoridad máxima, aun sobre todo el imperio romano al cual él representaba.

Porque la fe es la fuerza más poderosa del universo. “Por la fe entendemos haber sido constituido el universo por la palabra de Dios, de modo que lo que se ve fue hecho de lo que no se veía.” (Hebreos 11:3) Y la única manera en que podemos ser salvos es por medio de la fe. Todo lo que uno puede hacer no puede compararse con lo que puede hacer la fe.
Parece que siempre la gente tuvo necesidad de “palpar” algo para creer, por ejemplo: una imposición de manos, un toque, ungimiento con aceite, un poco de barro, un pañuelo, una oración específica, un rito, etc. Pero lo sorprendente de este caso es que el centurión simplemente creyó que si Jesús daba una orden, aunque sea breve y aunque no esté presente, su criado sanaría.

¿Que conceptos de la autoridad aprendemos Hoy de estos pasajes?

¿Soy Obediente a la voz de mis autoridades? 

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