septiembre 18, 2010

Devocional del 18 de Agosto


Mateo 11:1-19, Lucas 7:18-35

Para entender lo que ocurrió con Juan el Bautista tenemos que regresar al punto donde lo dejamos, es decir, inmediatamente después del bautismo de Jesús, cuando algunos de sus propios discípulos lo había dejado para seguir a Jesús. Sin embargo, Juan siguió predicando, anunciando el juicio de Dios “ya el hacha está puesta a la raíz de los árboles” y llamando a la gente al arrepentimiento. Fue entonces cuando Herodes Antipas había visitado a su hermano Felipe en Roma y se enamoró de la esposa de su hermano. Cuando regresó a Palestina, se divorció de su mujer y se casó con su cuñada. Cuando Juan el Bautista oyó lo que hizo Herodes, fue al palacio y enfrentando al mismo rey, le dijo “No te es lícito tener la mujer de tu hermano”, Herodes, por este atrevimiento, lo hizo detener y encarcelar. Había pasado un año en la cárcel. La situación del país no había cambiado, el juicio anunciado parecía no cumplirse, Jesús no había hecho nada para dar los primeros pasos para la liberación de la patria, no se unió en su protesta por la mala conducta del rey, parecía que no le importaban los asuntos políticos, tampoco se preocupó por él, ni lo visitó, ni hizo nada para sacarlo de la cárcel. Fue entonces cuando comenzó a preguntarse si no se había equivocado y que tal vez Jesús no era realmente el Mesías, sino uno como él, es decir otro profeta que estaría anunciando la venida del verdadero Mesías. Por eso, llamó a algunos de sus discípulos y para sacarse esa duda los envió para que preguntasen a Jesús “¿Eres tú el que había de venir, o esperaremos a otro?”

Jesús no respondió directamente a la pregunta de Juan diciendo: “Vuélvanse y digan a Juan que no se preocupe, yo soy el Mesías”. En lugar de decir lo que Juan esperaba, Jesús les dijo que le comuniquen a Juan tres cosas:
Primero: Le cuenten lo que ellos mismos vieron y oyeron: “Los ciegos ven, los cojos andan, los leprosos son limpiados, los sordos oyen, los muertos son resucitados.”
Segundo: “A los pobres es anunciado el evangelio” o como dice literalmente “los pobres son evangelizados” Evangelio significa “buena noticia” y la buena noticia es que con Jesús cualquier pobre puede tener acceso a la gracia y también la esperanza de un futuro mejor.
Tercero: Que no se escandalice. “Bienaventurado es aquel que no halle tropiezo (skandalisce) en mi”. Esta palabra significa “hacer caer en pecado, hacer que alguien abandone su fe o se ofenda”. Juan tenía que cambiar su visión, su manera de ver las cosas, su paradigma, sus expectativas acerca del Mesías. Jesús no encajaba en lo que él suponía que sería el Enviado de Dios. Por eso Jesús le mandó decir que sería bienaventurado (makarios) aquel que sigue firme en la fe.
Aprendemos de Jesús el arte de responder apropiadamente. No siempre es sabio ni bueno que respondamos a las preguntas de manera simple y directa. Muchas veces debemos dejar que la gente deduzca la verdad por los hechos. Eso es lo que hizo Jesús: le mostró los hechos y hacia donde orientaba su predicación. Los que nos rodean aprenden más de lo que somos y hacemos que de lo que decimos.

Según la calificación de Jesús, Juan el Bautista, comparado con todos los profetas de la antigüedad, superaba la escala, era lo máximo. “Os digo que entre los nacidos de mujeres, no hay mayor profeta que Juan el Bautista” Era mayor que Moisés, mayor que Elías y que Eliseo, que Samuel, que los cuatro profetas mayores (Isaías, Jeremías, Ezequiel y Daniel) y los 12 profetas menores.
Sin embargo, en el reino de Dios, es decir, en la familia de Dios a la cual pertenecemos todos los que hemos recibido a Jesucristo como nuestro Salvador, el menor de nosotros, “el más pequeño en el reino de Dios es mayor que él.” ¿Qué nos indica esto? Que la gracia que vino a través de Jesucristo nos ha llevado a un grado superlativo, colocándonos muy por encima de todos los profetas del Antiguo Testamento. Si Juan el Bautista fue superior a ellos y el menor entre nosotros es más que Juan el Bautista, ¿cómo podemos medir la grandeza del poder de Dios que está sobre nosotros y en nosotros?

El Antiguo Testamento termina con esta promesa de Dios, en Malaquías 4:5-6 “He aquí, yo envío al profeta Elías, antes que venga el día de Jehová, grande y terrible. El hará volver el corazón de los padres hacia los hijos, y el corazón de los hijos hacia los padres, no sea que yo venga y hiera la tierra con maldición.” Con esto, Jesús claramente indicó que Juan el Bautista era el “Elías” profetizado por Malaquías.


“Y dijo el Señor: ¿A qué, pues, compararé los hombres de esta generación, y a qué son semejantes?
Jesús quiso demostrar con esa comparación que a esa generación nada les venía bien. Cuando una persona no quiere creer encontrará siempre una excusa. Si la religión es muy exigente, como en el caso de Juan el Bautista, está mal. Si es muy abierta como en el caso de Jesús, también está mal. A Juan lo trataron de endemoniado y a Jesús de libertino “un hombre comilón y bebedor de vino”. Por eso es inútil convencer a una persona que ha tomado la decisión interior de no creer.

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